Había una vez un niña que era dulce como las frutas tropicales, tenaz, perseverante e idealista. Profundamente observadora y curiosa. A Carolina le fascinaba imaginar un mejor futuro para la humanidad.
Ella observaba a la naturaleza y de la Gran Madre, aprendía de su sabiduría.
Y es que Carolina conservaba su inocencia intacta; su corazón estaba hecho de bondad pura. Ella sabía ver la inteligencia en todo lugar, en todo hogar.
Esto era así porque Carolina, estaba dotada con el poder de la luz… El poder de traspasar, de saber ver el intelecto, de conocer más allá. De observar el corazón que late tras cada pensamiento… De simplemente ser el latido de los sentimientos. Pura… bondad…
Desde bien pequeña Carolina observaba y recordaba. Le encantaba nombrar cada cosa, esto le hacía sentir el orden perfecto en el que el mundo estaba siendo y había sido creado.
Era de importancia vital recordar, para aprender a construir y crear la realidad. Para reestablecer ese orden natural de la naturaleza.
Le fascinaba imaginar realidades que podía construir y recrear. Imaginar y crear, eran una aventura extraordinaria. Carolina creaba historias de la propia historia, para nutrir la curiosidad, para dotar de alimento al intelecto, vislumbrando lo que sería el ser humano si se atreviese a ser, tratando de con su luz, mejorar la historia de los que hay detrás.
Ella es Carolina Godayol.